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Costa Rica: La magia de Caño Negro

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 01 Dec 2017   Posted by Ingrid

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El nombre, sin duda, es lo menos afortunado e invitador que tiene esta área protegida, pero, de hecho, es el único infortunio que hay en ese tono. Ubicado en la provincia de Alajuela, donde la frontera entre Costa Rica y Nicaragua se desdibuja, este refugio de vida silvestre prueba que el turismo comunitario y la conservación son, en conjunto, un modelo viable de desarrollo. Caño Negro no es, en absoluto, el escenario de las postales más glamorosas ni acicaladas del país, pero a cambio de sacrificar lujos desbordados y hoteles presumidos que reclaman terreno a la jungla, esta reserva sorprende a las visitas con cientos de aves desinhibidas, degustaciones de sazón casero y filosofías de progreso genuinamente sustentables.

Safari de agua dulce

En Costa Rica, el tercer país más pequeño del continente americano, una cuarta parte del territorio nacional se encuentra protegido. Por eso, entre decenas de parques nacionales y reservas consagradas, la historia de Caño Negro no es la más contada. La región, condenada al olvido por su geografía accidentada y lejanía con San José, sufrió durante décadas la promesa inconclusa de progreso latinoamericano.

Hoy, la ausencia de carreteras y la condición remota que marginaron a la localidad son su principal atractivo. Naturaleza virgen, hosterías comunitarias y políticas de conservación, protagonizan un modelo de desarrollo donde el beneficio de las comunidades es también el de sus recursos, su flora y su fauna.

Visitar Caño Negro, hasta la fecha, requiere de voluntad y de tiempo. La primera parte de la travesía, que es también la menos prometedora, consiste en llegar desde San José hasta Los Chiles, una ciudad de 10,000 habitantes a seis kilómetros al sur de Nicaragua. Las opciones de viaje contemplan un recorrido montañoso de 200 kilómetros o un vuelo charter con precio poco amigable. La segunda parte del viaje, si bien la más lenta, es también la más reveladora. Desde Los Chiles, el refugio es accesible por el caudal del Frío.

Este río, que nace en el volcán Tenorio y desemboca en Nicaragua, sirve para comunicar las comunidades dentro del refugio con los dejos de urbanización. Locales y visitas, por igual, se transportan en botes o piraguas para adentrarse en el refugio. La diferencia, que a menudo alenta el recorrido para los foráneos, es el asombro de encontrarse rodeados de garzas, osos hormigueros y pájaros espátula.

El principal atractivo de la reserva, como indica su nombre oficial, es la vida silvestre. Diez mil hectáreas pueden parecer poco, pero bastan para cobijar peces endémicos, mamíferos en peligro de extinción y más de 200 especies de aves residentes y migratorias. El viaje para llegar a los emprendimientos comunitarios, como se conoce a las casas particulares que ofrecen cuartos dentro del refugio, es apenas una probada de la riqueza natural de la región. A mediodía, asegura el capitán del bote, no se ve gran cosa.

Cómo se ve que la vida en Caño Negro malacostumbra a sus habitantes a la exuberancia. Para los que estamos acostumbrados a recorrer caminos custodiados por postes de luz y cables de alta tensión, las venas del Frío ofrecen postales envidiables a cualquier hora del día. En apenas una hora de trayecto, la naturaleza devela escenas protagonizadas por docenas de caimanes que presumen sus dientes, perezosos que se camuflan entre los árboles y cientos de aves que descansan en compañía de iguanas y ñocas, una especie de tortuga de río. Si ese es el premio de consolación, cuesta trabajo imaginar lo que esconde el río cuando el sol lo acompaña en sus mejores momentos.

El verde de todos los días

Dentro de los límites del refugio viven menos de 1,000 personas. La mayoría de los pobladores locales se dedica a la autosubsistencia y la promoción del turismo sostenible, a menudo en simultáneo. Hosterías modestas, ranchos sin pretensiones y restaurantes sencillos, protagonizan la vida cotidiana en Caño Negro. Para el turista, los quehaceres son básicamente los mismos. En lugar de construir palacios con logotipos conocidos y mandar a traer yates con terminaciones de marfil, la reserva invita a los viajeros a vivir la naturaleza sin necesidad de revestirla. Aquí, sin distinción, todos mitigan el calor con ventiladores, sacian el hambre con cocinas caseras y se mueven por el río en los mismos botes. Eso, en ocasiones, implica compartir cuarto con un murciélago o esperar más de lo habitual por un desayuno preparado con huevos de campo. Es el precio que se paga, apenas justo, por amanecer entre pájaros coloridos, comer de la granja a la mesa y mantener la reserva con la menor huella posible.

Con la salida y la puesta de sol, resulta prácticamente imposible desviar la atención de los espectáculos naturales que ofrece el río.

Gavilanes pescadores que demuestran su destreza, basiliscos que caminan sobre el agua para justificar su apodo de lagarto jesucristo y martines pescadores que presumen sus colores brillantes, son solo algunas de las escenas que, a menudo, ocurren al mismo tiempo en las laderas del Frío. El resto del día, la vida transcurre entre cafés chorreados, islas efímeras e iniciativas que los habitantes han puesto en marcha para impulsar el desarrollo comunitario y la conservación. Uno de estos proyectos autogestionados es el que encabeza la Asociación de Mujeres de San Antonio (AMSA). En una casita poco vistosa, las integrantes de la AMSA producen libretas y separadores con motivos de la fauna y la flora de la región. Así, mientras reciclan la papelería vieja que estorba a las hosterías, se encargan de generar empleo y fuentes de ingreso para sus familias.

Otro ejemplo de emprendimiento local, a orillas del río, es el Rancho Santiago Romero. Entre árboles frutales y cabañas en renta, doña Marjorie consiente a las visitas con cocina a la leña y productos de su propia granja y huerto. Otra actividad popular en el refugio, cuando menos en los meses secos, son las cabalgatas. Aquí, la orografía no presume las montañas más altas del país, pero la época de lluvias basta para formar islas temporales. Cuando el agua sube, lo mejor es atenerse al bote, pero entre febrero y mayo, cuando los niveles se mantienen bajos, las lagunas secas se pueden recorrer a galope. Ese es el caso de Isla Paraíso, un terreno que de acuerdo con los caprichos meteorológicos, se puede transitar a caballo o a remo. Entre tapices de altamisa, una hierba utilizada en la medicina tradicional, los caballos presumen vistas de los volcanes cercanos y pájaros que, como el sargento, prefieren mantenerse secos. Luego de un día de actividades, a sabiendas de que el terreno se comparte con bichos rastreros y gatos con cara de pocos amigos, lo mejor es cenar e ir directo a la cama. Las sodas, como llaman los ticos a los comedores populares, son la forma tradicional de acabar el día con un festín local. Sus menús son sencillos, su servicio es casero y sus tostones no prometen galardones internacionales, pero se acompañan con graznidos, agua corriente y pura vida. Contra las miles de estrellas en el cielo, incluso tres de Michelin, se quedan cortas.

 

Para obtener información sobre cómo llegar a Costa Rica desde cualquiera de nuestros destinos en Estados Unidos, México, Guatemala y Puerto Rico, visita volaris.com o síguenos en nuestras redes sociales oficiales.

 

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Written by Ingrid


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